BIOGRAFÍA DEL DOCTOR MIRA
En febrero del año 2.002 la Asociación Española de Cirugía Estética Plástica solicitó a todos sus miembros sus datos personales para publicar un libro histórico de la A.E.C.E.P. Se trataba de realizar una semblanza personalizada y anecdótica de cada uno de sus integrantes.
Creemos que merece la pena la autobiografía que hizo el Doctor Mira y por eso la hemos trascrito a continuación.
Esperamos que disfrutéis con ella tanto como nosotros hicimos la primera vez que la leímos.
BIOGRAFÍA
«Mi nombre es Juan Antonio Mira González.
Nací en un caluroso verano. Como se llevaba entonces, en una casa del Ensanche de Valencia. Mi padre era empresario del Calzado, mi abuelo tenía una fábrica de Curtidos. Estaba claro: yo iba a trabajar en el Gremio de la Piel…
El Bachiller lo estudié con los Jesuitas: Colegio de San José de Valencia. Era Mediopensionista… ¿Mi mejor recuerdo?. Sí, las meriendas: pan y chocolate.
A los 16 años estuve un verano en Inglaterra. Aún no tocaba, pero me empeñé pronto en salir de España. Teóricamente me iba a un colegio de la Compañía de Jesús. La realidad: un Campamento de Trabajo: recogí patatas, fresas… Aprendí a bailar el rock y acabé corriéndome Europa en auto-stop con otro “fugado”, el hijo del presidente de L’Oreal de Bélgica. La historia acabó bien, pues con los fríos del otoño volví casa siendo recibido, digamos razonablemente bien, por mi autoritario padre y sensible madre.
El año siguiente secretamente solicité una beca de la Casa Americana. Y me la dieron. Al terminar el curso tenía otra sorpresa para mis progenitores: América.
Un año en Minnesota. Temperaturas de hasta 32 bajo cero. High School. Hamburguesas. Nancys. Rock and Roll… Ah, sí, aprendí lo que era el “American way of life…”. Me gustó. Quise ser Americano.
Pero volví a Valencia. Me matriculé en la Facultad de Medicina. Y por diferencias de criterio, digamos, político con los profesores acabé estudiando en Zaragoza. Aprendí que “Spain” sí que era “different” y que más me valía empezar a pasar desapercibido. Sabia decisión, admito… Y hasta ahora.
La carrera salió bastante bien. Mi padre no entendía mis idas y venidas, así que un buen día me encontré con un título de Profesor de Inglés en la mano y decidí independizarme. Lógicamente siguió sin entenderme…
Di clases de idiomas a niños, me hice fotógrafo de restaurantes, organizaba viajes… Y utilicé todas estas habilidades para entrar en quirófano: alumno interno de Quirúrgica por mis habilidades con el Inglés y la cámara… Creo que fui útil en aquellos tiempos al Catedrático, el entrañable Profesor González, con quien casi sin hablarnos nunca, siempre tuve una comunicación especial.
Los veranos pedía prórrogas militares. Quería hacer el Servicio al final, en mi tierra. La verdad es que los utilizaba para trabajar (sustituto de Celadores en los hospitales de la capital maña) y para viajar con un, hoy entrañable, medio: el auto-stop. Otros tiempos…
Terminé Medicina y me incorporé a las filas del Ejército Español. A la fuerza y en África. Formativa experiencia, vive Dios. Campamento en una interminable playa a la orden de mandos coloniales (dejémoslo ahí), finalmente destinado con el inefable grado de Soldado de 2ª en el Hospital General de El Aaiún. Base sanitaria de salidas con los nómadas del desierto, a lo que me apunté voluntariamente. Seguí conociendo mundo. Y tuve unas tifoideas que curaron casi antes de manifestarse con el cloranfenicol de la Farmacia Militar… Ah, y no puedo dejar de decirlo: con sólo 200 medicamentos, fabricados en un pequeño laboratorio, sin marca, color, ni casi forma se curaba el 95% de las enfermedades. ¡Como en América! (¿Cuántos específicos poseen ahora nuestros indescriptibles farmacéuticos en sus estanterías?. ¿Diez mil?… En caso de duda, como dicen en la tele, les consultaremos).
Un buen día el hijo del General Gobernador se partió el labio jugando al fútbol con un ordenanza. Vino el mozo, apuradísimo, con el crío en brazos sangrando por la boca como un “halufo” (cerdo, en saharahui). Le pedí a la monja me sacara del frasquito de suturas un resto en buen estado de algo fino y así me vi cosiendo bermellón, aguja despuntada, 20 centímetros de seda … Cuatro ceros, eso si.
Al terminar, Sor Azucena me dijo:
– Doctor Mira, que bonito lo ha dejado. Parece Cirugía Plástica…
– ¿Cirugía qué?.
– Plástica… Estética… ¿No lo ha estudiado en la Facultad?.
– No.
Mientras volvía por el pequeño hospital a mi habitación estuve pensando… Al llegar, desempolvé el catálogo de un librero de Valencia. Y pedí el Borges.
Me llegó y lo devoré. Decidí ser cirujano plástico. No sin las burlas y risas de los oficiales médicos:
– ¿Cirujano Plástico?. Calla, hombre… Eso no lo serás nunca. Son un clan que ya, ya…
Blanca, mi mujer, estaba con nuestra hija, Pilar, recién nacida en Las Palmas. Y yo decidí por primera ver utilizar las influencias. Su padre era el Jefe de la Base Aérea de Canarias y me decidí:
– Ángel, necesito salir de aquí: ¡Quiero ser Cirujano Plástico!.
– ¿Militar?.
– No. ¡Civil!.
Me sacó del desierto y nunca más volvió a hablarme de ello. Para un Coronel de Aviación, formado en el Ejército del Aire español, la Lüfwaffe alemana, las Forze Aeree Nazionali italianas y laureado durante el sitio de Oviedo, eso era demasiado desprecio.
Hice un extraño Internado Rotatorio en el Hospital Insular de Las Palmas. Aquello era la Clínica Mayo comparado con el del mundo musulmán. Pronto conocí a un hombre extraordinario que, además, era un fino y sensible cirujano plástico: Juan García Padrón. Hablé con el. Fue mi entrañable primer maestro: sus paladares hendidos de ingenioso recurso, sus mamas reductivas con incisiones imperceptibles… La influencia de su maestro alemán, Schrude, y su aire dulce, suave, en guayabera canaria…
Alguna vez le lloré desde otros hospitales:
– Aprende también en esos sitios que tu crees no se hacen tan bien las cosas…
– Gracias, Maestro…
Al año convocó una beca el flamante Servicio de Cirugía Plástica del Hospital General de Asturias. Un hombre elegante, calculador, discreto y sin embargo bueno estaba allí: Ricardo de Manuel.
Mi llegada desde Canarias fue catastrófica: a los 5 minutos ya tenía un parte de la Supervisora General por tutear a una enfermera. Pronto me daría cuenta qué diferente era aquello de las Islas Afortunadas.
Y qué duro: Plástica, Maxilofacial, Mano, Quemados, Malformaciones, Estética… En un mismo lugar, donde todos éramos de dedicación plena y exclusiva. Residencia en el mismo edificio (¡algún pase pernocta por estar casado!) y la globalidad de la patología plástica del Principado (millones de urgencias: carretera, siderurgia y mina daban mucho de si). No podíamos salir, por lo que las tardes (que mi Jefe pasaba en el aislamiento de su consulta privada de Estética, en el Hospital) no quedaba más remedio que estudiar. La biblioteca era excelente. El segundo día fui a verla y pregunté a la bibliotecaria:
– ¿Cirugía Plástica?.
– Esa pared.
– Es mucho ¿no?.
– Es todo. Desde Tagliacocci hasta hoy. El Dr. De Manuel lo quiere así.
Casi con miedo levanté el índice, señalé el primer volumen arriba y a la izquierda y le dije:
-¿Puede darme ese, por favor?.
Mañanas de consultas, seminarios, sesiones quirúrgicas intensas. Tardes de biblioteca (hasta terminar en 3 años aquella “pared”). Noches de interminables urgencias. Eso fue Asturias.
Al final tuve mi título. Y volví a América. Con una beca para alternar el Instituto de Cirugía Plástica de la Universidad de Nueva York (John Marquis Converse, ahí es nada, tengo su libro dedicado…) y el Manhattan Eye, Ear and Throat Hospital (Tom Rees, junto con un joven estudiante llamado Sherrell Aston…).
El pequeño Departamento del Profesor Converse era entrañable:
– Doctor ¿es cierto que en España hay Servicios que tienen hasta más de 6 Residentes?. ¿Cómo lo hacen?. Yo no puedo enseñar a más de uno cada año…
¿Qué responder ante aquella sonrisa beatífica?…
– No lo se profesor… Hace muchos años que no me preocupan esas cosas.
Hacíamos el aumento de mama (las novísimas Mammatech inflables, fabricadas según malas lenguas en un pequeño garaje de New Jersey…) por vía periareolar inferior. Quedaba una semiluna algo visible. Un buen día me atreví a romper mi silencio de veneración:
– Profesor ¿habrá otro lugar de introducción más discreto que este?
– Es posible. Búsquelo, doctor.
Animado por esto sugerí a los residentes (yo no operé nunca como cirujano) que continuaran la línea alrededor de toda la areola: fracaso.
El Dr. Ivo Pintanguy publicaba por entonces la vía transpezoniana así que le dije al maestro que me gustaría que intentáramos la transareolar inferior.
No encontré documentación ni publicaciones y así se lo hice saber. Me indicó que estudiara bien el acceso y que le presentara un informe en un mes. Era el año 79. Y en el último trimestre del 81 publicaba mi primer trabajo con mi colaborador, el Dr. Leyton, en la Revista Iberoamericana de Cirugía Plástica: “Mamaplastia aumentativa vía transareolar inferior: 100 casos”. Si, ya se que no es nada importante. Pero a mi me sirvió para enamorarme de mi profesión. Cosa en la que continúo.
Volví a Valencia. Estuve un tiempo interino en Cirugía Plástica del Hospital “La Fe”. Se convocaron oposiciones y tuve así mi plaza “en propiedad”. Renuncié a ella para dedicarme solo a la Cirugía Estética. De esto hace ya más de 20 años. Estoy feliz así.
He publicado cosas, sobre todo de nariz y mama. Lo último fue la experiencia sobre algo más de mil casos en la vía transareolar. En el Congreso que tuvimos aquí en el 98, organizado por el inolvidable Ramón González-Fontana.
Y vivo en mi tierra. Solo, a las afueras de la ciudad. Bueno, solo no. Con una gata que se llama Juanita y un gato que se llama Oti. Me gusta la música. Y volar (soy piloto privado desde el año 82).
Mi consulta está en el centro de Valencia, en un precioso entresuelo modernista. Muy mal aprovechado, por cierto, pues ni me he asociado con nadie ni he montado nada, por lo que voy al Hospital “9 de Octubre” hasta para quitar una verruga.
Tengo un programa en una televisión local sobre calidad de vida. Se titula “Mira… ¡por ti!”. Divertido título ¿verdad?… Esa es la razón por la cual los jueves “no estoy para nadie”. Con mi flamante amigo periodista, Anxo, y mi extraordinaria script, María José, producimos (si, si, ¡producción propia!) un programa de una hora de duración. En el que nunca nos olvidamos de algo: las ONG’s. Sigo activo con ellas y muchos de mis aun innumerables viajes van al Tercer Mundo. Ya sabéis, por aquello de sentirse vivo, humano. Y funciona, de verdad.
Mi hija Pilar sigue conmigo. Es mi secretaria y como no va a leer esto os digo que la necesito. Mucho. Cada vez más.
Mi hijo Juan está en América (siempre América…). Experto en Relaciones Internacionales creo que ya se vuelve al Viejo Continente el año que viene. Dice que nos echa de menos.
Mi madre me enseñó a hacer paellas y arroz al horno.
Estaréis siempre invitados.
Pero tendréis antes que encontrarme…
Es fácil.
Siempre dejo pistas para que las encuentren los buenos amigos…»
*Nota de la Redacción: finalmente la pista del Dr. Mira fue encontrada y el 11 de noviembre de 2004 se casaba cerca de Valencia, en una masía, rodeada de naranjos. Hoy vive feliz, como siempre en el campo, acompañado de sus dos mujeres: Silvia y la pequeña Paula.
** Otra nota: si has llegado hasta aquí y te interesa profundizar más en la personalidad del Doctor Mira, te gustará conocer una colección de poemas que, recitados por él, se emitieron en televisión. Recopiló personalmente los poemas, las imágenes y produjo la música que las acompaña.